Durante mi expedición en solitario por las selvas de Indonesia tuve la suerte de vivir una semana con los Mentawai, en una isla cercana a Sumatra, en Indonesia. Toikot me acogió en su cabaña y me mostró las maravillas de su selva compartiendo conmigo su estilo de vida.
Al principio parecía un poco serio, hasta que un día, en el silencio de las tranquilas tardes selváticas en su hogar, me apeteció escuchar música de Enya y la puse en el móvil…la reacción de Toikot fue increíble. Quedó quieto, perplejo, hipnotizado…se sentó junto a mí sin hacer el mínimo gesto y quedó en silencio. Yo quedé perplejo. Me vino la imagen de un animalillo paralizado al escuchar un intrigante sonido por primera vez. La explicación era sencilla…Toikot amaba la música y posiblemente era la primera vez que escuchaba una melodía que no viniese de su propia voz.
Desde ese momento Toikot se abrió a mí y empezó a mirarme con otros ojos y a sonreír. Y lo más sorprendente aún, aprovechaba cada momento para cantar. Le encantaba cantar por iniciativa propia y sin motivo. En cualquier momento y lugar Toikot se detenía y cantaba historias sobre la selva, su pueblo, la madre naturaleza…siempre me pedía que le grabase y luego le encantaba escucharse. Aún hoy tengo el móvil lleno de notas de voz con las canciones de Toikot….
Te invito a cerrar los ojos, a imaginarnos a Toikot y a mí solos en aquel lugar, a percibir el silencio sonoro de la selva e imaginar las sensaciones que pude tener en esos momentos que Toikot hacía tan mágicos. Estos momentos son por los que amo viajar y perderme donde pocos se suelen perder…