Siempre he viajado sin pistola de bengalas. Desde muy joven viajé por muchos lugares, unos cerca y otros lejos. El desierto del Sáhara, Argelia, Galápagos, Ecuador… infinidad de lugares, pero todos sin pistola de bengalas. Nunca pensé que la necesitase. Sin embargo, desde que di la vuelta al mundo una especie de obsesión me persigue. Viajar con una pistola de bengalas.
Infinidad de peligros acechan en el mundo de hielo. El frío, la ventisca, el silencioso oso polar, la impredecible morsa, el frágil hielo bajo los pies… y por algún absurdo motivo pienso que todos esos peligros se solucionan llevando una pequeña pistola que dispara otra pequeña bola de luz. Quizás simplemente sea una manera mas “bonita” de morir… con fuegos artificiales. O quizás sería la manera de asegurarme ver la “luz” al final del túnel. Absurdo…o no.
Quizás todos necesitamos llevar una pistola de bengalas, estemos en el ártico o en nuestra ciudad. Porque, ¿quién no ha tenido alguna vez la necesidad de lanzar una señal esperando que alguien la vea?. Es cierto…por aquí no hay osos polares, pero hay cosas mucho mas peligrosas desde mi punto de vista. La soledad, la apatía, la duda, el miedo, la tristeza, el desamor…
Para esta expedición hasta el último poblado inuit del planeta busqué y rebusqué por internet una pistola de bengalas, pero una vez que la encontré…no me dejaban viajar con mi pistola. A los señores de los aviones intenté hacerles ver que no era una simple pistola. Que no quería atacar a nadie. Que simplemente la necesitaba para sentirme seguro. Necesitaba sentir que no viajaba sólo y aunque no esperaba encontrarme al oso, quizás si a la soledad y la tristeza, a la soledad y al miedo. Porque tú vas allí, pero la gente se queda aquí, y cuando uno vuelve ya no es el que era ni los que eran antes ahora son los mismos. Incluso algunos que estaban ya no están… Porque cuando uno viaja a un lugar en el que el tiempo se ha detenido al igual que el mar al congelarse, debe saber que en casa el tiempo no se detiene, que la vida sigue inevitablemente. Que a veces las personas esperan y a veces no. Que la partida no se detiene. Que las fichas se siguen moviendo y lamentablemente ni la mejor pistola de bengalas del mundo puede evitar eso. A la vuelta uno debe tener listo un gran bote de pintura, pues a veces toca pintar la nueva realidad de un nuevo color. Porque esta perra vida te quita, pero por suerte, también te da. Y sólo hace falta mirar…
A mis 36 años hoy empiezo a pensar que quizás siempre he sido inuit, o al menos una parte de mi. La parte de las gafas. Si, de las gafas. Tengo la sensación de haber nacido con unas gafas inuit de las antiguas. De las que sólo te dejan ver una pequeña ranura por la que la vista alcanza a ver sólo el horizonte. Es verdad, te protege de la nieve en los ojos, de la fría ventisca en la retina, pero jamás te deja ver lo que uno tiene a los pies. Justo ahí, delante. No se cómo se quitan estas gafas que algún día , no se cómo ni cuando me puse. Yo me he cansado de mis gafas inuit. No las quiero. No me dejan ver.
…al menos seguiré aferrado a mi pistola de bengalas. Hoy con forma de “Diario Polar”.
Como siempre para mis amigos y mi familia.
Para Mayadevi. Siempre atenta a la bengala